miércoles, 31 de octubre de 2007

14

14
Mi abuela —que no era tuerta— me decía:
“Las mujeres cuestan demasiado trabajo o no valen la pena. ¡Puebla
tu sueño con las que te gusten y serán tuyas mientras descansas!
“No te limpies los dientes, por lo menos, con los sexos usados.
Rehuye, dentro de lo posible, las enfermedades venéreas, pero si alguna
vez necesitas optar entre un premio a la virtud y la sífilis, no trepides un
solo instante: ¡El mercurio es mucho menos pesado que la abstinencia!
“Cuando unas nalgas te sonrían, no se lo confíes ni a los gatos.
Recuerda que nunca encontrarás un sitio mejor donde meter la lengua
que tu propio bolsillo, y que vale más un sexo en la mano que cien
volando.”
Pero a mi abuela le gustaba contradecirse, y después de pedirme que
le buscase los anteojos que tenía sobre la frente, agregaba con voz de
daguerrotipo:
“La vida —te lo digo por experiencia— es un largo embrutecimiento.
Ya ves en el estado y en el estilo en que se encuentra tu pobre abuela.
¡Si no fuese por la esperanza de ver un poco mejor después de
muerta!...
“La costumbre nos teje, diariamente, una telaraña en las pupilas.
Poco a poco nos aprisiona la sintaxis, el diccionario, y aunque los
mosquitos vuelen tocando la corneta, carecemos del coraje de llamarlos
arcángeles. Cuando una tía nos lleva de visita, saludamos a todo el
mundo, pero tenemos vergüenza de estrecharle la mano al señor gato, y
más tarde, al sentir deseos de viajar, tomamos un boleto en una agencia
de vapores, en vez de metamorfosear una silla en transatlántico.
“Por eso —aunque me creas completamente chocha— nunca me
cansaré de repetirte que no debes renunciar ni a tu derecho de
renunciar. El dolor de muelas, las estadísticas municipales, la utilización
del aserrín, de la viruta y otros desperdicios, pueden proporcionarnos
una satisfacción insospechada. Abre los brazos y no te niegues al
clarinete, ni a las faltas de ortografía. Confecciónate una nueva
virginidad cada cinco minutos y escucha estos consejos como si te los
diera una moldura, pues aunque la experiencia sea una enfermedad que
ofrece tan poco peligro de contagio, no debes exponerte a que te
influencie ni tan siquiera tu propia sombra.
“¡La imitación ha prostituido hasta a los alfileres de corbata!”


"14"Oliverio Girondo

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