lunes, 19 de enero de 2009

Retruco

Lo que se busca sin buscar, es sin dudas un embrollo para explicar. Pero existe. Si estimadas, estimados, estimarantes, existe. Muchas veces al vacías quedarse las manos realmente valoras y notas que tuviste eso que querías tener sin saber que lo querías. Frase hecha si las hay “siempre te das cuenta que tan importante era, cuando lo perdes” pero a mi me gusta revertir, mejor dicho aprendí a revertir.
Ya no me quedo en lo que se pierde, sino que me lanzo a encontrar lo que aprendí.
Así fue cuando descubrí que a mi lado quiero una compañera, en el sentido más literal y más socialista. Títulos, etiquetas, adjetivos calificativos mmm no. Nunca me gustaron.
Compañera para compartir, para construir, para disfrutar. No quiero una pertenencia. Quiero algo mutuo, quiero ser parte y que sea parte. Y lo busco sin buscar, porque no busco encontrar la compañera pero si busco que quien me acompañe así lo sea.
Otro caso es la muerte. Varias perdidas tuve. La más cercana fue la de mi abuelo.
No busco estar reflejada en nada místico, en nada superior, mi creencia en esas cosas es igual a cero. Sin embargo el “por algo paso así” se me hizo carne.
Tiempo antes del final, cuando la enfermedad comenzaba – demencia senil – me cruce con gente que tenía historias. Historias similares que hicieron que nuevamente haga un viaje interior a mi cabeza. Otra vez reflexione y concluí. Guarde mis hallazgos para mí. Cuando el final estaba desatado hable sobre mi teoría en la reunión familiar de consuelos.
Mi tía llevaba tiempo leyendo por Internet los pasos de la enfermedad. Casi con certeza había vaticinado la fecha. Y fue mi tía quien mostró la cara de sorpresa sastifactoría al escuchar mi teoría, como diciendo “el dialecto científico no pudo explicarme esto”.
Me metí en una explicación que mezclaba lo místico con lo psicológico y que creo totalmente cierta – cerrada ¿yo? No, solamente revierto- que en esa mesa de consuelos sirvió como brebaje y camino a la paz interior de los presentes.
Mi paz no la encontraba. Poco había podido llorar. Poco había podido exhalar los sentimientos que se me enmarañaban en el estomago. Recién fue en un tren hacia Once, comenzando el largo regreso a mi casa, que me sentí en paz. Ese día habíamos hecho lo el tanto nos había pedido: cremarlo. Y quizás me aferre a la historia más infantil en ese momento, puede ser, lo reconozco pero sonriente pensé en vos alta: no le pude ganar nunca al truco. Cuando me vaya a donde está voy a poder.

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